Así fue como ocurrió…
Corría el año 1991, por aquellos entonces trabajaba en una fotocomposición. La tarea que desempeñaba era, básicamente, teclear textos (“picar texto” decíamos en el argot de las artes gráficas) en un IBM con la pantalla verde. Nos teníamos que poner unas gafas horribles con filtros para proteger la vista de los rayos que emitían esos monitores. Los textos que picábamos eran filmados en galeradas y posteriormente montados en páginas sobre astralones para sacar fotolitos y enviarlos a imprenta para su reproducción.
Fotocomposición, galeradas, astralones, fotolitos, cuarto oscuro de revelado… un sinfín de palabras hoy en desuso pero que entonces formaban parte del lenguaje del proceso de producción de libros, revistas, periódicos, catálogos y demás publicaciones impresas.
Una tarde de septiembre del 91 la que era por entonces mi novia —con la que tuve la gran suerte de casarme tres años después 😉 — me contó que un cliente de su agencia de publicidad les había preguntado si ellos se dedicaban a la creatividad o si conocían alguna agencia creativa. Le dije —por qué no le llamas y le dices que conoces a unos tipos creativos que quizá puedan ayudarle.
Le llamó (gracias Sonia) y… unas semanas más tarde teníamos nuestro primer encargo creativo. Allí estábamos mi amigo Pepe León (gracias Pepe por esos ratos tan divertidos) y yo sentados delante de un Macintosh IIsi en el trastero de casa de mi madre en Alcobendas. Rodeados de mi flamante Orbea de carretera, un montón de trastos y en un cuartucho de menos de ocho metros cuadrados teníamos un encargo que consistía en diseñar unas pegatinas para los taxis de Madrid.
¿Quién nos lo iba a decir? ¡Diseñando! Estábamos diseñando. Teníamos un reto que resolver. ¡Nuestro primer encargo! Una pegatina cuyo objetivo debía ser evitar atropellos a los usuarios de taxi.
Desarrollamos el proyecto, lo terminamos, lo enviamos a producir a una serigrafía y a principios del 92… como por arte de magia los taxis de Madrid lucían la pegatina. ¡Qué ilusión! ¡Qué alegría! Habíamos resuelto el reto y el cliente estaba muy satisfecho.
Así fue como ocurrió y así fue como me enganchó el diseño. Descubrí que diseñar consistía en resolver problemas mediante un proceso creativo, un proceso mental que dota de significado a objetos y mensajes. Un proceso útil para la sociedad porque hace más sencillo y más fácil la compresión de mensajes, objetos y marcas. El diseñador se ocupa de generar ideas, disponer elementos y plasmarlos en diferentes tipos de soportes con objeto de servir y ser usados por otras personas. Según Joseph Edward Shigley y Charles R. Mishke, en su obra Diseño en ingeniería mecánica (Mechanical Engineering Design), publicada en 1989, «diseño es formular un plan para satisfacer una necesidad humana».
Me gusta pensar que junto con Pepe León, más allá de la propia resolución estética, diseñamos una pegatina funcional que cumplió la finalidad para la que fue creada… evitar atropellos a los usuarios de taxis.
Este sentido funcional y de servicio que tiene el diseño me cautivó hace veintiséis años… así fue como ocurrió y como dice mi amigo Higinio Vázquez (octogenario escultor zamorano con una trayectoria de más de sesenta años) “yo de mayor quiero ser escultor”, en mi caso “yo de mayor quiero ser diseñador”.
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